“A partir del 10 de diciembre vamos a abrir una nueva etapa institucional en la política argentina. Voy a convocar a un gobierno de unidad nacional”, anunció Massa, pasadas las 23, en medio de una postal de sonrisas que no se veían en el peronismo desde 2019. .
“Sé que muchos de los que nos votaron son los que peor la están pasando. Sepan que no les voy a fallar”, prometió, en un dejo de nostalgia menemista. Subió solo al escenario, con los ojos vidriosos. Prometió institucionalidad y respeto del disenso. Profesional y estratégico, no cometió el desliz de mencionar a Cristina Kirchner ni a Alberto Fernández.
La movilización peronista ecuperó 8 de las provincias en las que había perdido en agosto. En Buenos Aires, Massa se impuso por 16 puntos de ventaja. Milei retuvo 10 distritos de los 16 que capturó en agosto. Juntos por el Cambio se encoge hasta su embrión original, la Capital, único refugio donde ganó Bullrich. Jorge Macri tendrá en principio que ir a una segunda vuelta contra Leandro Santoro (Unión por la Patria). Se quedó en la orilla, con 49,6%. Si hay o no ballottage dependerá de las necesidades de Massa. Ante una elección porteña en apariencia perdida, ¿no le convendrá desmovilizar al macrismo en noviembre y restarle incentivos para una alianza con Milei? Preguntas para las horas que vienen.
Rogelio Frigerio vivió como una proeza la consagración como gobernador de Entre Ríos, otra de las provincias que el peronismo ganó en el tramo presidencial.
El país que viene, gane quien gane, será el reino de la fragmentación: un Congreso sin mayorías, en el que Unión por la Patria retiene la primera minoría en las dos cámaras, y un reparto de poder territorial en el que la coalición eliminada del ballottage gobernará 9 o 10 provincias (según cómo se resuelva la pelea porteña).