PARÍS.- ¿Cuál puede haber sido la razón que llevó al presidente Emmanuel Macron a encender voluntariamente la mecha del polvorín? Consciente de que más del 75% de los franceses consideraba inadmisible la imposición de su reforma jubilatoria mediante el uso del artículo 49.3 de la Constitución, que le permite adoptar una ley sin pasar por el Parlamento, el jefe del Estado —sin mayoría en la Asamblea— así lo decidió este jueves provocando la indignación inmediata en todo el país.
Resultado: manifestaciones espontáneas en todas las ciudades francesas, muchas de ellas marcadas por violentos enfrentamientos con las fuerzas del orden, un endurecimiento de la posición ya intransigente de las centrales sindicales que —reunidas en intersindical— anunciaron nuevas jornadas de movilización para este fin de semana y la semana próxima, y sendas mociones de censura de la extrema derecha y la extrema izquierda en el Parlamento para los próximos días que, de tener éxito, podrían obligar a la actual primera ministra, Elisabeth Borne, a dejar su puesto.
Tras dos meses de batalla parlamentaria y protestas callejeras, y después que el texto de ley fuera ampliamente adoptado por el Senado por la mañana, el presidente tomó la decisión —en contra de la opinión de su primera ministra y de varios miembros de su gabinete— de recurrir al artículo 49.3 para hacer adoptar sin votación esa muy impopular reforma jubilatoria.
Después de constatar que existía en la Cámara de Diputados una mayoría extremadamente incierta, Borne anunció —ante un hemiciclo en ebullición— su intención de forzar la adopción de esa emblemática reforma prometida por Macron en sus dos quinquenios, que llevará la edad de la jubilación de 62 a 64 años, aumentando además el tiempo de cotización a 43 años